domingo, 20 de diciembre de 2009

Diarios del Viento: Capítulo 1.

Capítulo Primero: Lluvia de Luz.

-¡Oye tú, cabrón!- Las malsonantes palabras resonaronen la salida del local. Cientos de miradas curiosas se dirigieron al culpable de tales gritos, un joven alto y musculado, de cabeza rapada- Sí, tú, el chulito moreno, ¡espera cabrito!

El objetivo de los insultos, otro chico algo más joven, de pelo castaño y piel aceitunada, casi de la misma altura, giró la cabeza, sorprendido - ¿Qué pasa contigo? No te conozco de nada.

-Has estado magreando a mi novia, ¿o crees que no te he visto, eh?

-¿De qué coño hablas? tío, que te confundes...-Las figuras que acompañaban al chico se acercaron a él.

-Miguel, tío- Dijo una de ellas, en voz baja –Vámonos, que éste va cargado y aquí se va a montar una- El aludido le miró y asintió- Vale, Bruno, no te separes de Irene hasta que este nos pierda- Obediente, Bruno agarró suavemente el brazo a Irene, su novia. Se encontraba nerviosa por la situación: no paraba de mirar al frente, tensa como un junco.

-Vale, encima me tomas por gilipollas, ¿No? ¡Pues te vas a cagar!- El borracho personaje se lanzó hacia Miguel que, por suerte, lo vio venir: pese a tener un par de copas encima, no estaba siquiera mareado, y era atlético, mientras su bastante fornido pero ebrio oponente no podía acertarle, no mientras se mantuviera en movimiento. Lanzóle un puñetazo a la altura del esternón, que afortunadamente esquivó: se dió cuenta de que su contrincante llevaba un puño americano. Un impacto directo en la cabeza o costillas le costaría algo más que un moratón. El bruto intentó agarrarle, pero Miguel fue, de nuevo, más rápido, y le hizo trastabillear poniéndole una simple zancadilla: el borracho dio con sus huesos en el duro asfalto.

-¡Ahora, a correr!- Gritó a sus amigos, que contemplaban la escena. Miguel había observado cómo algunos espectadores de la escena, con vestimentas parecidas al caído, se acercaban apresuradamente hacia ellos.- ¡Vamos Hugo, no os quedéis ahí coño!- Mas no se movían. Sólo miraban.

-¿Qué leches os pasa?-Preguntó, cuando llegó hasta ellos.

-Tío, mira- Dijo Bruno, señalando al cielo.

Miguel se quedó pasmado cuando hizo caso de Bruno. En el cielo había dos lunas.

Con la boca abierta, señaló al cielo con la mano, lo cual hizo que los dos perseguidores que aún no miraban al firmamento nocturno quedaran admirados.

-Pero qué coño...

La segunda luna era totalmente uniforme: no tenía manchas de ningún tipo, como el conocido orbe nocturno. Parecía, casi...

-Tíos –Comentó uno de los espectadores, un chaval vestido a la última moda y grandes gafas de sol- Es una puta bola blanca.

-Pues es bonito- Comentó Irene. La, en apariencia, inmensa esfera plateada, no se movía en absoluto, y brillaba más que la misma Luna.-Oye, parece que se haga más grande, ¿No?

-Pues es verdad- Murmuró Bruno.

-Esto no me gusta... mirad, hay algo en el centro y en los bordes- Indicó Miguel.

-No veo nada...-Dijo su amigo.

-Que sí hombre, mira -Señaló con el brazo en alto- Es como si tuvieran punta o...

En ese instante, la esfera aparentó estallar. En una fracción de segundo, el cielo nocturno se iluminó como si fuera mediodía, y los espectadores al fenómeno pudieron ver como el firmamento se veía recorrido por unas agujas de luz... Una de ellas pasó por encima de sus cabezas, que giraron como movidos por un acto reflejo mientras seguían su trayectoria: mientras se agachaban, asustados. Entonces observaron, horrorizados, dónde había aterrizado.

La inmensa lanza de luz plateada atravesaba el brazo extendido de Miguel, desde la palma abierta de la mano hasta el hombro, y descansaba su punta en el suelo.

Una décima de segundo después, la lanza aparentó desaparecer en el aire, en un pequeño estallido. El tiempo justo que precisaba Miguel para gritar.

-¡Miguel tío, Miguel! ¡Aguanta, por Dios!- Gritaba Bruno, mientras Irene observaba, horrorizada, la magnitud de las heridas: el brazo de su amigo estaba destrozado, pues la lanza había atravesado los huesos de parte a parte. Toda la extensión del miembro estaba cubierta de pequeñas heridas, fruto del estallido. Eso como si todo lo que quedaba del húmero, cúbito y radio hubiera salido despedido a través de la piel. Vomitó.

Bruno levantó a Miguel, mientras Irene trataba de recuperarse, y lo apoyó en su hombro para llevarlo, mientras rogaba a Dios que no fuera tan terrible como parecía, hasta el Ford que los había llevado hasta allí esta noche. Irene los alcanzó y subió a la parte trasera, junto al herido, donde trató de tranquilizarlo. El aspecto de su, hasta hace un momento, jovial amigo, era terrible: la sangre le manaba en gran cantidad por cientos de pequeñas heridas.

-Corre Hugo, al ambulatorio ¡por Dios!

-¡Ya voy joder! ¡Arranca pedazo de mierda!

El coche arrancó al fin, y Hugo casi derrapó al salir del parking de tierra, por la gran velocidad. Miguel gritaba de dolor. Irene, aterrorizada, trató de vendar el brazo con la camiseta de Bruno: apretó firmemente las improvisadas vendas, lo cual hizo que Miguel gritara como si le sacaran el corazón.

-¡Dios puto!- Logró farfullar.

-¡Lo siento!- Gritó, gimoteante, Irene.

-¡Tranquila tía! Sigue...

-¿Seguro?

-Si no sigues el palmo desangraddg...

-¡Aprieta los dientes!

-Tranquilo tío que ya llegamos, tranquilo.

-Vale, pero... ¡joder!- Las lágrimas de dolor recorrían sus mejillas.

Bruno entró por la calle principal: quedaba poco para el ambulatorio, pero aún le llevaría un par de minutos. De pronto...

-¡Joder!- Frenó justo a tiempo: otra de las lanzas cayó en el coche que iba justo delante, que se quedó clavado en el suelo. La calle era cerrada: sólo podrían llegar caminando.

-Miguel, tenemos que bajar.

-Ya lo veo- Dijo, algo más consciente, aunque la sangre perdida hacía palidecer su piel-vamos... urgh...

-¿Te he apretado mucho?

-No, está bien Irene. Si lo aflojaras, perdería más sangre- Dijo Bruno.

-Tiene razón. Gracias tía- Dijo Miguel, con una forzada sonrisa, mientras bajaba del coche.

-Bien, vamos.

-¿No deberíamos ver si hay alguien vivo en el coche?- Comentó el herido.

-¿Crees que alguien puede haber salido de ahí? Además, seguro que alguien ha llamado ya a teléfono de emergencia.

-Sí, pero tío...-Se había mareado. Tuvo que apoyarse en una farola cercana.

-Como nos paremos te mueres, eso fijo.

En ese momento, oyeron un enorme crujido metálico proveniente del coche. Sobresaltados, miraron hacia él... y la vieron salir. Irene gritó, aterrada, Bruno tenía los ojos en blanco.

Era una araña. Una araña tarántula perfectamente normal en todo: ocho patas, peluda, varios ojos, y grandes colmillos. Lo extraño, lo temible, era el tamaño. Había salido de debajo del coche. Levantándolo. Y parecía crecer aún algo más. El coche se deslizó desde su cefalotórax, en el cual se encontraba en precario equilibrio, hasta el suelo, un metro y medio más abajo.

-¡Me cago en la ostia!-Logró gritar Bruno, mientras cogía a Irene y echaba a correr. Miguel los imitó.

-¡Qué coño es eso!

-¡Ni ganas de saberlo!

Por suerte, la Araña los ignoró completamente: saltó hacia un edificio cercano a una velocidad increíble para su tamaño y desapareció en su tejado.

Al fin, llegaron, observando en todo momento las alturas, al ambulatorio.

-Parece que no eres el único, Miguel- Dijo Bruno, mientras se acercaban al edificio. Se escuchaban grandes gritos, y vieron figuras andar pesadamente hacia el interior.

-¡Cuidado!-Gritó Irene. Ante ellos, en lo alto del edificio, estaba la Araña.

-Vale, prefiero morirme a entrar ahí- Declaró Miguel.- ¿Qué cojones?- Unos cuantos hombres salieron al exterior. Arrastraban, gritando, a una mujer y a un hombre; vestían uniformes médicos. Los llevaban hacia una de las paredes donde, clavada, estaba aún una de esas agujas de luz. Unos cuantos de ellos se fijaron en el trío de desventurados amigos.

-Tíos -Empezó a murmurar Irene- Vámonos...vámonos...-La luz de una farola iluminó el rostro de uno de los hombres-¡Vámonos!

El “hombre” tenía un trozo de piel colgando desde la frente a la mejilla. Sólo un ojo brillaba malignamente, mientras en la cuenca del otro sólo había sangre seca. El ser se lanzó hacia ellos: Bruno rechazó su embate con una patada, mientras se volvían rápidamente sobre sus pasos.

Llegando de nuevo hasta su coche, se dieron cuenta de algo. Se dieron cuenta que provenía de toda la ciudad, de todos los puntos de ella. Y miles de gargantas distintas lo producían.

Oían gritos.

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